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Mostrando las entradas de 2016

Gracias, 2016

UNSATISFYING de  PARALLEL STUDIO en  Vimeo El 2016 fue para mi, y para la mayor parte del mundo, el año del casi. A pesar de eso, el 2016 también nos trajo muchas enseñanzas. Espero que en las décadas que vienen recordemos el 2016 como el año para aprender de nuestros errores. En Perú casi nos libramos de la mafia fujimorista al elegir a Pedro Pablo Kuczynski. Casi, porque la banda criminal del ex-dictador ahora está copando muchas instituciones estatales. Con su aparato de propaganda y de espanto la banda logró obtener la mayoría en el congreso. Colombia casi logra la paz definitiva entre el gobierno y las FARC. Casi, porque el egoísmo del miope político Alvaro Uribe logró infundir el miedo suficiente para que muchos colombianos voten contra el acuerdo de paz.  En Estados Unidos Bernie Sanders casi gana las primarias del partido Demócrata. Casi, porque el miedo de tener un candidato “socialista” hizo que los “liberales” demócratas elijan a Hillary Clinton c

El gringo en el espejo.

A principios de los ochenta Tarapoto era solo un pueblo de calles polvorientas y no el imán de turistas que es ahora. En la tele la voz rasposa de Kim Carnes nos cantaba “Bette Davis Eyes” veintitrés veces al día. Nuestro Internet era la enciclopedia escolar “Bruño”. Los amigos más grandes eran nuestra única Wikipedia y la realidad se limitaba a lo que estos “gurús” sabían. Y lo que no sabían se lo inventaban. Problema resuelto.   Un día pregunté por aquellos extraños de piernas blancas y delgadas como yuca, de cámaras colgadas en sus cuellos rojos, lentes oscuros, y botella de agua en las manos que se veían rara vez por la ciudad. —Son gringos -dijo el más grande y sabiondo, que tenía diez años.  —¿Y qué hace los gringos? —Viajan por todo el mundo, pasean todo el día, comen en restaurantes, y en la noche se emborrachan con chicas bonitas—dijo el experto. A los seis años decidí que de grande sería un gringo. Con el tiempo aprendí que en Perú se usaba la palabra gringo pa

Aprender sin amor

Me tomó dos semanas darme cuenta que era mi alumna más cariñosa, un día para ver que le gustaba dibujar, y solo cinco minutos para darme cuenta de que era especial. Me esperaba fuera del aula. Tenía once años pero venía siempre a abrazarme con la alegría y la emoción de una pequeña de cinco años.  Corrían los meses previos a la caída de la dictadura fujimorista en el Perú. Yo me pagaba los estudios universitarios haciendo chapuzas y fungiendo de profesor de inglés en una escuela primaria.  El primer día de clases, para conocer el nivel de mis alumnos, decidí hacerles algunas preguntas básicas.  Cometí el error de escogerla a ella. Al ver como se secaba las manos sudorosas en la falda y como tragaba saliva ante mi pregunta decidí dejarla en paz. —¡Burra! —gritó alguien desde el fondo del aula.  Una carcajada colectiva estalló por un momento y hubiera seguido si yo no hubiera pedido silencio.  Me pasé media hora hablando del respeto que nos debemos entre compañ

Axel: el último pagano.

Cuando nació desee que fuera el más justo, el más fuerte y el más alegre. Pero no nació. Lo sacaron. Al ver que los esfuerzos de su madre eran en vano, un médico iraquí probó con un lazo de vaquero alrededor de su cabeza, pero tampoco funcionó. Después de dieciocho horas de puja y una madre al borde del colapso, los médicos me pidieron la autorización para proceder con la cesárea.  Pesaba cinco kilos y era macizo como el cachorro de un felino de monte. De tanta puja salió con la cabeza alargada como un dios pagano. Provocó una correría de enfermeras suecas cuando descubrieron unas manchas oscuras de jaguar en sus nalgas. Intenté explicarles que eso era la mancha mongólica, pero no me creyeron hasta que llegó una obstetra y las calmó con artilugios académicos. Nació en Escandinavia pero no cabían dudas: era un hijo de la Amazonía. Le llamaríamos “Otorongo”, que significa jaguar. La propuesta del nombre no progresó. Luego de largas y acaloradas negociaciones acordamos ponerle