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¿Por qué está ardiendo la Amazonía y qué podemos hacer para evitarlo?

¿Podemos ser regeneradores de la vida en la tierra?
Es agosto del 2019 y la Amazonía arde. Las llamas consumen animales, plantas, suelos y esperanzas con una voracidad de la que no se tenía registro. Las redes sociales, esa telaraña de conjeturas y chismes, estalla con griterío de turba y se pide que rueden cabezas. Se hacen llamados a que los gobiernos salven “el pulmón del planeta”. Se buscan culpables en medio del humo mediático y la llama de los ánimos caldeados. Los neoliberales aseguran que la causa es el socialismo de Evo Morales quien habría repartido tierras amazónicas entre campesinos pobres de Bolivia. Los socialistas aseguran que el culpable es Bolsonaro por regalar tierras a latifundistas ricos en Brasil. Algunas ONGs conservacionistas, las que siguen creyendo que con guardaparques armados y parques nacionales cercados se logrará salvar el planeta, aseguran que los únicos culpables son los pequeños campesinos e incluso los grupos nativos. Las ONGs de Justicia Social aseguran que es la ambición de la gran agroindustria la que está arrasando con los bosques de la Amazonía. Los expertos dicen que los incendios comenzaron en Brasil hace dos semanas, a principios de agosto. Los que hemos nacido, vivido y estudiado la Amazonía sabemos que este rinconcito del mundo está ardiendo desde hace más de 500 años y que, en esencia, aquí culpables somos TODOS.

De la vieja Europa nos llegó la fascinación desmedida por el oro, la ostentación, el saqueo, y el matar como argumento de convicción. No importaba que en su biblia dijese clarito: “no matarás”, y fuese este acto concebido como pecado mortal. No fue difícil saltar de matar humanos a matar a la Pachamama.

La ambición desmedida por tener y la cultura de la egolatría han convertido a nuestra sociedad en una mera puesta de escena de máscaras y más caras. Para ser “alguien” primero debes “tener” y si todos tienen tú debes tener más. Sino tienes más no podrás participar del besamanos de la jauría de aduladores del éxito medido en oro. No importa que éste sea mal habido. En el Perú, Pablo Escobar tiene más admiradores que la fondista Gladys Tejeda. Por desgracia del oro nos hemos convertido en un mundillo de seres mezquinos, sin ética, sin ley y sin palabra.

De la destrucción de la Amazonía culpables somos todos. Culpables somos cuando nos atragantamos con carne vacuna a sabiendas que se produce arrasando bosques en Brasil. Culpables somos cuando compramos muebles y pisos de caoba y cedro sabiendo que es el principal negocio de las mafias que operan en la Amazonía peruana. Culpables somos cuando compramos un anillo de oro como alianza matrimonial cuando lo más importante es el amor que nos demostramos día a día. La fiebre de oro en la Amazonía solo ha traído contaminación con mercurio en los ríos y suelos, devastación de bosques, corrupción, prostitución y trata de personas. Culpable eres cuando te metes un “tiro” de cocaína sabiendo que estás alimentando las arcas de grupos corruptores y políticos mafiosos. Miles de hectáreas de bosque se pierden cada año, y toneladas de ácido sulfúrico y acetona se vierten en los ríos Amazónicos para satisfacer la adicción de unos cuantas almas en pena. Culpables somos cuando aceptamos que la industria de la palma aceitera siga destruyendo millones de hectáreas de Amazonía para satisfacer nuestra ambición por golosinas, productos de belleza, y comida rápida. Culpables somos cuando pagamos por gruesas cadenas de oro pero lloramos por los 10 centavos que nos cobran por una bolsa de plástico. Culpables somos cuando con nuestro silencio aceptamos que se asesinen líderes sociales, indigenas y todo aquel que luche por salvar nuestra Amazonía. La lista podría continuar, pero creo que se entiende el punto.

¿Qué hacer entonces? Los que propulsores del desarrollo sostenible, entre los que me incluyo, sabemos que ese modelo hace tiempo que se quedó corto. El desarrollo sostenible ya no da para curar la gravedad del daño que se le ha hecho y se le sigue haciendo a nuestro planeta. El camino a seguir es el desarrollo regenerativo, un modelo que desde el diseño considere la complejidad de los procesos de la vida en nuestro planeta y construya tecnologías y estilos de vida que lo regeneren. Sin embargo, el cambio más importante tiene que suceder al interior de nosotros mismos. Necesitamos primero aceptar que no podemos continuar promoviendo un estilo de vida basado meramente en el consumismo. Luego, necesitamos adoptar una nueva visión sobre nuestro rol en este planeta que nos toco vivir. ¿Podemos dar el salto de ser entes consumidores a ser entes regeneradores? ¿Podemos dejar de lado la búsqueda febril por “tener” para comenzar a “ser”?

Comentarios

olivettecaetano dijo…
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